La ciencia ha ido por detrás del SARS-CoV-2, pero le sigue la pista a una velocidad también sin precedentes. Los avances conseguidos en este poco tiempo han requerido en otras ocasiones años de investigación.
Ha habido cierta suerte en que el patógeno que causa esta crisis sea un coronavirus. Se ha corrido más porque se tiene conocimiento previo de la investigación en vacunas contra el SARS y el MERS.
Desde el Centro de Investigación de Vacunas de Estados Unidos lo concretan de otra manera en la publicación especializada Stat: gracias a que es un coronavirus se ha alcanzado la fase 3 de los ensayos clínicos en seis meses en lugar de en un par de años.
Gracias al trabajo con otros coronavirus ya se tenía identificado este punto débil: la proteínas, la que se ve en la corona del virus. No ha sido necesario ponerse a buscar la diana de las investigaciones, ya se conocía y por eso desde enero hay decenas de proyectos en el mundo centrados en inutilizar este elemento que permite al coronavirus infectar las células humanas.
Los ensayos clínicos suelen ser lentos, entre otras cosas, porque es difícil que se incremente la inversión hasta que no se va demostrando que el medicamento tiene probabilidades de éxito.
En el caso del coronavirus SARS-CoV-2, sin embargo, se está apostando por la producción masiva antes de completarse las fases clínicas.
El problema no es el dinero, sino el tiempo. Porque cada día el daño sobre las economías adquiere proporciones históricas. Además, a medida que se va comprobando que la inmunidad de grupo está lejos de alcanzarse de forma natural, parece evidente que la vacuna va a ser necesaria en el futuro inmediato.
Justo es en este momento cuando va a empezar a despejarse esa duda, con los ensayos de fase 3 iniciados por Moderna, Pfizer, Oxford o CanSino. Si los resultados son positivos, después será necesario que la velocidad en los avances científicos no se frene a la hora de hacer que las dosis lleguen a amplias capas de la población.